
En los últimos meses hemos sido testigos de movimientos geopolíticos que, aunque sutiles en algunos casos y abiertamente visibles en otros, dibujan un nuevo mapa de alianzas y rivalidades a nivel global. Líderes de potencias tradicionalmente desconfiadas entre sí, como China, Rusia e India, se reúnen de manera cada vez más amistosa, compartiendo espacios diplomáticos, económicos e incluso militares. Parece que estamos presenciando los inicios de una reconfiguración del orden mundial, mientras Estados Unidos mira con recelo desde la barrera.
La reciente presencia del líder de Corea del Norte en el desfile militar chino fue un acto cargado de simbolismo que deja entrever que Pekín además de afianzar su influencia regional, presume de sus alianzas sin tapujos, incluso con regímenes que han estado aislados por décadas. Este tipo de acercamientos no parecen ser un buen presagio para Estados Unidos, que históricamente ha apostado por la contención y el aislamiento de Pyongyang, y que ahora ve cómo su rival, estratégicamente le abre las puertas de par en par.
La escena recuerda, por contraste, a la insistencia de Donald Trump por organizar un gran desfile militar que coincidió con su pasado cumpleaños. ¿Era ese el tipo de demostración que deseaba? Probablemente sí: una exhibición de fuerza y cohesión que, en el caso estadounidense, no termina de cuajar, en medio de divisiones internas y prioridades que no se entiende claramente hacia dónde apuntan.
Mientras tanto, las señales en el continente americano también merecen atención. El secretario de estado, Marco Rubio, visitó recientemente México y declaró que nuestro vecino del sur es ahora “nuestro mejor aliado”. ¿Se trata de un reconocimiento sincero o de un movimiento preventivo para evitar que México profundice sus vínculos con China, país que ha ampliado silenciosamente su presencia económica y tecnológica en la región? La pregunta no es menor, ya que quien controle las cadenas de suministro, la infraestructura y la tecnología en América Latina tendrá una gran ventaja geopolítica a futuro.
Y hablando de cercos y tensiones, no puede pasarse por alto el creciente cerco diplomático y militar en torno a Venezuela. ¿Está Estados Unidos rodeando a Caracas debido a sus alianzas con Irán y con Rusia? Las maniobras militares conjuntas en el Caribe, las sanciones prolongadas y los acercamientos intermitentes a cambio de concesiones energéticas muestran que la política hacia Venezuela oscila entre la presión y el pragmatismo, sin que se vea todavía una estrategia o unos fines claros.
Y por otro lado, hay otro campo que siembra preguntas: ¿le está ganando China la delantera a Estados Unidos en la inteligencia artificial? Los avances chinos en este campo, junto con su capacidad de integración masiva de datos y su estrategia estatal centralizada, contrastan con los debates regulatorios y las tensiones corporativas en el ecosistema tecnológico estadounidense. Si la próxima hegemonía se define por la capacidad de dominar la IA, el reloj ya está corriendo y EE. UU. podría estarse quedando atrás.
La pregunta de fondo es: ¿Qué tanto el aislamiento de Estados Unidos unirá al resto de mundo? La narrativa de bloques que parecía haber quedado atrás después de la Guerra Fría vuelve a emerger con nuevos protagonistas, nuevas reglas y, sobre todo, una velocidad vertiginosa. En este tablero, Estados Unidos corre el riesgo de quedar atrapado en una política de contención múltiple: conteniendo a China en Asia, a Rusia en Europa, a Irán en Oriente Medio y a Venezuela en su propio vecindario. Pero la contención sin puentes y sin estrategias de cooperación clara, difícilmente producen estabilidad a largo plazo.
El mundo se reacomoda y habrá que esperar a ver si Estados Unidos sabrá adaptarse a este nuevo escenario o si seguirá apostando por la idea de un liderazgo indiscutido, que podría haber quedado ya para siempre en el pasado.





