(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Las contingencias y duras pruebas que han golpeado a nuestro país y al mundo en los últimos años han aumentado la preocupación por las consecuencias en la salud mental de nuestras ciudades y comunidades. En Pensilvania y en Filadelfia, cada vez son mayores los indicadores de que la salud mental de los latinos y, en especial, de las mujeres y los jóvenes, se halla muy a riesgo y requiere atención urgente si no queremos que sus efectos alcancen niveles de no retorno.

Es cierto que muchos latinos, y en especial las mujeres hispanas, han ido rompiendo el “techo de cristal” y han alcanzado posiciones de cada vez mayor relevancia y visibilidad a nivel local y nacional; pero al mismo tiempo, todavía persisten muchos de los factores que hacen que tantas mujeres de nuestra comunidad vivan bajo circunstancias agravantes como la violencia doméstica, lo que genera inseguridad, ansiedad y depresión. Esto suele llevar a una espiral de emociones negativas que termina afectando aún más todo el núcleo familiar y por extensión, a la sociedad.

Un estudio de la Alianza Nacional de Salud Mental arroja que uno de cada cinco latinos en EE. UU. sufre algún problema de salud mental; así también, que las mujeres latinas son dos veces más propensas a sufrir de depresión que los hombres, que sus pares blancas y negras. Otros estudios señalan que las latinas que tienen un trabajo muestran mayor riesgo de desarrollar ansiedad o depresión; lo cual se atribuye a la tensión que causa el atender uno o varios empleos simultáneos, mientras lidian con la atención y educación de sus hijos, a menudo como madres que crecen a sus hijos sin el apoyo de los padres.

Pero muchos otros factores se suman y confabulan contra la salud mental de nuestras mujeres. Un motivo de tensión cada vez mayor es la incertidumbre por la inseguridad en las escuelas y el miedo a las masacres que han cobrado la vida de tantos niños. Otro factor enumerado es el subempleo, es decir, el hecho de que muchas mujeres latinas profesionales trabajan en empleos para los que están sobre cualificadas. Por último, no hay que ignorar la permanencia de los factores clásicos de discriminación por prejuicio racial o de género, y también la barrera del idioma, que muchas veces disuade a las afectadas de buscar ayuda en las instituciones apósitas.

Por todo esto, es urgente que las autoridades del estado se apersonen de la amenaza creciente de esta epidemia. Es indispensable encontrar fórmulas para aumentar y aprovechar al máximo el presupuesto de las juntas educativas, para proveer a las escuelas de un ambiente seguro, abrir más plazas para psicólogos, psicopedagogos, trabajadores sociales, etc. Al mismo tiempo que se ofrezcan más opciones de terapia y acompañamiento individual y familiar, para salirle al paso a este preocupante horizonte en el tema de la salud mental.

También sería un gran logro para nuestras comunidades si estos problemas pudieran ser estudiados y evaluados desde una visión que incorpore los temas de origen étnico, cultural, social y religioso; para evitar ofrecer soluciones quizás desarrolladas para la población blanca nativa, que podrían no necesariamente ser apropiados para las comunidades migrantes y racializadas. Incluir materias de manejo de las emociones desde temprana edad, contribuiría a la ecuación y seria muestra de una eficaz disposición para trabajar por un mejor futuro para nuestros niños, nuestras mujeres y nuestra nación.

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