Cuando Alba y Gerardo Salazar conocieron el pasado 25 de septiembre que Iron Hill Brewery & Restaurant había cerrado todos sus establecimientos, sintieron que también una etapa de su vida se cerraba.
“Ese restaurante nos dejó y nos dio muchas bendiciones”, señala Alba.
La apertura del primer Iron Hill en Newark, DE hace veintinueve años contribuyó al renacimiento de la cerveza artesanal en el Primer Estado, estableció el estándar para el resto de las cervecerías similares de la región y fue escenario de cenas familiares y comunitarias.
Gerardo comenzó a trabajar muy joven en la ubicación de Wilmington, DE y permaneció fiel a la cadena durante veintiún años; Alba, la que hoy es su esposa, trabajó allí siete años antes de su ingreso a la universidad, para ambos Iron Hill significa familia, pues ahí se conocieron.
Corría el año 2004 cuando su amor, nació y creció, frente a buena parte de la familia de sangre de Alba, ya que sus padres, hermana y tío, trabajaban en el lugar. Kevin Finn y Mark Edelson, los primeros dueños de la cadena, también se convirtieron en parte de su familia.
“Nos trataron como familia, nos ayudaron a obtener nuestra ciudadanía, nuestro trabajo allí fue como un trabajo familiar”, señala Alba.
Ya no podrán surgir historias así en los establecimientos que la cadena tenía en cinco estados Delaware, Pensilvania, New Jersey, Georgia y Carolina del Sur. En un repentino comunicado del 25 de septiembre en las 16 ubicaciones de la cadena que aún permanecían abiertas (otras tres –Chestnut Hill, Voorhees y Newark– ya habían cerrado a primeros de septiembre) se anunció que se había procedido al cierre de todas.
“Ha sido un placer atenderles y les agradecemos profundamente su apoyo, amistad y lealtad a lo largo de los años…esperamos sinceramente volver en el futuro… Con gratitud, el equipo de Iron Hill Brewery & Restaurant”, escribió el restaurante.
El anuncio también fue compartido en las redes sociales de la cadena. Fuentes, refieren un correo electrónico interno remitido a los empleados donde se justificaba la medida en razones económicas.
El cierre ha sido un duro golpe para muchas de las áreas donde estaba ubicada la cadena; por ejemplo, Market East (Center City) y Universidad de Temple (donde se había anunciado la apertura el próximo año). Pérdidas de la ciudad de Filadelfia que se unen a Cantina La Martina, Brazas BBQ entre otros.
En Delaware, la historia es similar para el área de Riverfront en Wilmington (una de sus ubicaciones junto con Newark y Rehoboth Beach). A principios de año, cerraron otros iconos como Gallucio’s y Ulysses Gastropub.
Todo esto refleja el duro momento económico que atraviesa la hostelería y que provoca un efecto dominó en la economía local. Carrie Leishman, presidenta y directora ejecutiva de la Asociación de Restaurantes de Delaware (DRA), a propósito del cierre de Iron Hill señala que “Si una gran empresa respaldada por capital privado con décadas de reconocimiento de marca no puede soportar las presiones económicas y regulatorias actuales, imaginen la presión sobre los pequeños restaurantes independientes que son el alma de nuestras comunidades”.
Según la Asociación Nacional de Restaurantes, alrededor de 557,200 personas trabajan en restaurantes en Pensilvania, unas 53,000 en el Delaware.
En general, los restaurantes ofrecen primeros empleos, segundas oportunidades y carreras para toda la vida a muchas personas. El impacto de sus cierres implica que familias pierden sus salarios, vecindarios sus anclas y las comunidades sus refugios de interacción cultural.
Para Carrie, es porque la carga se está volviendo insoportable. “A los restaurantes se les pide que asuman la reducción del gasto de los consumidores, el aumento vertiginoso de los costos laborales y alimentarios, y una creciente maraña de regulaciones”.
Añade que “como sociedad, necesitamos restaurantes… Hacen más que servir comidas, unen personas, fomentan la comunidad … siempre han innovado, se han adaptado y han luchado por sobrevivir”.
Para Alba y Gerardo quedaran los recuerdos, además del de su historia personal, el “buen saber hacer” aprendido en Iron Hill, que les sirvió hace algunos años para iniciar su propio negocio: “Raspados Bayú”. Un food truck desde el que elaboran deliciosos raspados, jugos naturales, fruta preparada y postres y en general, comida saludable llena de autenticidad, como la historia de gratitud y nostalgia que nos comparte el matrimonio Salazar.

