(Foto: Cortesía/VISIT PHILADELPHIA)

Según la Oficina Nacional del Censo, en los Estados Unidos se registran cerca de 152.000 apellidos diferentes; que van desde los 3 más comunes, Smith, Jonhson y Williams, hasta otros tan raros e impronunciables como Mishchuck, Kasprak, Gancayco, Ekundayo o Spedoske; naturalmente, pasando por todos los Garcías, Rodríguez y Martínez, los más abundantes de la diáspora latina, e incluyendo los Arrow, Bravebird y Thunderhawk de los americanos nativos, además del apellido más largo del país, récord poseído por un filadelfiano de germantown: Hubert Wolfeschlegelsteinhausenbergerdorff, (que posiblemente traduzca: ¡Líbreme Dios!)

Traigo todo esto a colación para subrayar tan solo un rasgo, entre muchos otros, de la increíble variedad y riqueza étnica, genealógica, sociológica y folclórica que existe en los Estados Unidos, como fruto de ser una nación que históricamente se ha construido sobre la fuerza, la laboriosidad, el empuje creativo y el sueño de vivir en un mundo diferente, que trae cada inmigrante que llega a esta tierra en busca de un nuevo comienzo.

 Es por ello, y no gratuitamente, que América se ganó durante muchos años el remoquete de «Melting Pot»; algo así como «la olla del revoltijo»; es decir, uno de los países más emblemáticos en el mundo a donde querían llegar ciudadanos de todas las razas, pueblos, religiones y condiciones, desde los cinco continentes. Se puede afirmar, sin mucho riesgo a equivocarse, que Estados Unidos es probablemente la única nación del mundo donde todas las etnias, tribus y nacionalidades tienen desde algunos pocos hasta muchos millones de representantes.

 Por fenómenos sociológicos variados, los blancos de origen anglo-irlandés y de otras regiones de Europa –que solían constituir el componente étnico dominante– han perdido el impulso demográfico, y en su lugar, hispanos, negros y asiáticos son los que le están permitiendo a América mantener unos niveles mínimos de crecimiento y rejuvenecimiento de la población. A un cierto porcentaje de blancos tradicionalistas este hecho no les resulta muy agradable, y quizás haya sido esta una de las causas que posibilitó la llegada de un gobierno visiblemente clasista durante el cuatrienio anterior.

Sin embargo, es difícil no ver las grandes ventajas que le trae a este país la multiculturalidad y la riqueza etnográfica de sus estados y ciudades. Por siglos, esta nación se ha caracterizado por ofrecer un ambiente de apertura, tolerancia y aceptación de la diferencia; de apoyo y acogida al recién llegado; condiciones que han creado el «humus» o tierra fértil donde después se ha desarrollado al máximo la creatividad y el gran espíritu emprendedor que nos caracteriza.

Por eso, en esta edición, Impacto desea abrir sus páginas para reconocer la labor de los puertorriqueños que con su música, sus parrandas y demás tradiciones le aportan a la cultura local y a la de los inmigrantes y enriquecen toda la sociedad con su trabajo, su inventiva, su gastronomía, su música y folclor, sus leyendas, creencias y tradiciones; conscientes de que ellas no chocan ni disminuyen a las que ya se habían enraizado aquí previamente, sino, por el contrario, abren escenarios para el diálogo y el crecimiento, a través del encuentro con la diversidad y la diferencia. Esta ha sido por siglos una de las mayores fortalezas de este país, y todos tenemos el derecho y el deber de preservarla.

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