Cuando una presidencia decide que debe reescribir las reglas en un gran país como Estados Unidos, los efectos rara vez se limitan a lo doméstico. La Estrategia de Seguridad Nacional de 2025 de la Administración Trump y las acciones de línea dura que le han seguido constituyen una reorientación clara de la política exterior estadounidense que ya está transformando la geopolítica, las relaciones transatlánticas, el hemisferio occidental y la vida cotidiana de millones de personas en el mundo.
En 2025 las señales fueron claras: Estados Unidos negociará, presionará y aprovechará su poder económico y militar sin mucha contemplación de las viejas alianzas. La nueva estrategia busca, según el Gobierno, una competencia comercial “más justa”, incluso revaluando tratados anteriores, lo que ha llevado a los socios a cubrirse, a los rivales a asociarse entre ellos y a las instituciones internacionales a replantear planes de contingencia. El resultado no se nota tanto en un mayor liderazgo estadounidense, como presume, sino en una mayor imprevisibilidad y un “orden” global desorganizado.
Esa situación ha tensado las relaciones con Europa ante las amenazas arancelarias, los cuestionamientos a la OTAN y críticas explícitas a las políticas sociales internas de la Unión Europea, que han empujado a sus líderes a reforzar la autonomía estratégica y replantearse los objetivos comunes. Las reacciones legislativas y diplomáticas de este año muestran una asociación bajo presión, y los aliados ya no dan por sentado el liderazgo automático de Washington, sino que tratan de organizarse también sin él.
América Latina también se enfrenta a este patrón. La nueva política de máxima presión se tradujo en la orden de bloqueo naval sobre las costas venezolanas que amenaza con desatar un conflicto interno que podría desbordarse hacia sus vecinos. El mensaje al hemisferio es básico: o cooperan en los términos “trumpianos” o enfrentan medidas coercitivas que pueden afectar mucho la economía y hasta su soberanía nacional. Esta postura ha complicado el diálogo y la cooperación en temas como inmigración, comercio y combate al crimen organizado; además, empuja a algunos países a buscar socios no amigos de Estados Unidos como un “seguro” estratégico.
En el plano interno hemos visto un año marcado por un endurecimiento de la ley que ha alterado visiblemente la vida de las comunidades inmigrantes, y en particular, de las hispanas. Las cifras récord de deportaciones sin el debido proceso y los operativos “relámpago” del ICE han incrementado el miedo entre las comunidades con muchos indocumentados y han producido un impacto claro en temas como salud mental, empleo y servicios sociales, incluso allí donde existían protecciones legales o procesos judiciales activos. El mensaje de la soberanía MAGA en la Casa Blanca profundiza dramas y traumas de millones de familias con estatus migratorio mixto y comunidades enteras.
Trump ha presentado el fentanilo como una amenaza existencial a la seguridad nacional, denominándolo un arma de destrucción masiva, lo que abre la puerta a temores insospechados para países como México, su mayor socio comercial que de ser un aliado cercano ha pasado a ser un “adversario”. Su mandataria expresó que estaba a favor de que se combata el delito, pero recordó que también se deben atender las causas del consumo de drogas. “Si no se atienden las causas, será el fentanilo, será otra droga”, sostuvo la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum.
En la guerra contra las drogas de este nuevo Estados Unidos, Colombia ha sido advertida de que es el próximo objetivo. Bogotá ha sido el mayor aliado estratégico de EE. UU. en la región, pero la llegada del actual Gobierno de izquierda ha elevado las fricciones. Y todo parece indicar que detrás de la “guerra contra el narcotráfico” nombrando a los carteles como terroristas desde el principio de su mandato, además se busca impulsar cambios de régimen, son sobre todo intereses económicos los que están detrás de su política exterior; que traería altos costos en toda la región.
Es de esperar que el papel de los socios regionales y de las instituciones multilaterales sea clave para contener cualquier escalada, y es por ello por lo que Sheinbaum ha alzado las alertas sobre los alcances del conflicto con Venezuela, país que según Trump 2.0 su nacionalización petrolera fue un «robo» a EE. UU.
2026 se vislumbra inquietante; en una era tan globalmente interconectada, el cálculo detrás de “America First” puede generar titulares y victorias tácticas ocasionales; pero las bases más amplias de la influencia, como son confianza, instituciones y riesgo compartido, son más difíciles de comprar y más difíciles de reconstruir una vez erosionadas. El 2026 mostrará si la coerción puede sustituir al liderazgo o si dejará a Estados Unidos con un efímero poder, y con menos socios y aliados dispuestos a hacerle frente común. La interrogante que surge es si China se verá realmente contrarrestada o fortalecida.

