A medida que las aguas bajan en algunas zonas de Texas, no solo dejan tras de sí destrucción y escombros. Dejan familias destrozadas por la pérdida de seres queridos, vecindarios enteros trastornados y un recordatorio alarmante: los desastres provocados por el cambio climático ya no son hechos aislados, sino crisis recurrentes.
Las inundaciones mortales de este verano en Texas han cobrado decenas de vidas, incluidos muchos niños; han desplazado a miles de personas y han dejado al descubierto graves debilidades en nuestra capacidad de respuesta ante emergencias. Y justo cuando los equipos de rescate terminan la dolorosa tarea de recuperar cuerpos desde autos sumergidos y hogares anegados, los meteorólogos advierten que esta temporada de huracanes podría ser una de las más activas en años. Para millones de personas que viven a lo largo de la costa del Golfo y la costa atlántica, el mensaje no podría ser más claro: ¡la próxima tormenta se acerca y quizás no estás preparado!
La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, (NOAA por sus siglas en inglés: National Oceanic and Atmospheric Administration) ha pronosticado una temporada de huracanes “por encima de lo normal”, con hasta 25 tormentas con nombre ya previstas. Las altas temperaturas del océano y los cambios en los patrones climáticos globales están creando las condiciones perfectas para que se formen tormentas destructivas, y que tienden a intensificarse rápidamente. No se trata solo de vientos más fuertes o lluvias más intensas. Se trata de desastres acumulados: inundaciones repentinas en centros urbanos, hospitales colapsados, sistemas de emergencia desbordados y una creciente cantidad de personas que no pueden evacuar por falta de recursos o de movilidad efectiva.
En este escenario de alto riesgo, la preparación no es un lujo: es una cuestión de vida o muerte. Las familias necesitan información precisa, alertas tempranas y planes de evacuación claros. Los gobiernos locales y estatales deben reforzar su infraestructura, poner a prueba sus protocolos de emergencia, entrenar a la ciudadanía e invertir en estrategias de mitigación de inundaciones. Y a nivel nacional, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) debería estar liderando una respuesta robusta y bien financiada.
Pero aquí es donde se presenta una contradicción alarmante: justo cuando los desastres se multiplican, los recursos de FEMA se están estirando al límite. La agencia enfrenta una grave escasez presupuestaria preciso ahora cuando sus responsabilidades se vuelven más preeminentes. Según informes recientes, el Fondo de Ayuda para Desastres de FEMA podría agotarse antes de que la temporada de huracanes alcance su punto máximo, lo que obligaría a la agencia a retrasar o limitar la asistencia a las víctimas de tormentas, incendios forestales e inundaciones.
En otras palabras, en el momento en que los estadounidenses más necesitan ayuda, la institución encargada de protegerlos podría verse obligada a racionar su apoyo.
Esto no es solo un problema burocrático; es un fracaso de voluntad política. Año tras año, el Congreso retrasa soluciones de financiación a largo plazo para FEMA, tratando la gestión de emergencias como una inversión reactiva en lugar de preventiva. Mientras tanto, los desastres climáticos se vuelven más frecuentes, más intensos y más costosos, en vidas y en recursos.
Es necesario cambiar la forma de pensar sobre la preparación para desastres. No se trata solo de responder a una crisis, sino de, en lo posible, evitarla. Cada dólar invertido en defensas contra inundaciones, infraestructura resiliente y planificación de emergencias ahorra muchos más en costos de recuperación. Y más importante aún, salva vidas humanas.
Les debemos a quienes perdieron la vida en las inundaciones de Texas, y a quienes aún podrían enfrentar la furia de las próximas tormentas, actuar con urgencia y con visión. Las señales de advertencia están por todas partes. Podemos atenderlas ahora, o pagar el precio después en hogares destruidos, vidas arruinadas y titulares con nombres de fallecidos.
La preparación comienza con liderazgo. Y el liderazgo comienza con el valor de financiar y respaldar los sistemas que mantienen a salvo a los estadounidenses. Mientras las tormentas se acumulan en el horizonte, debemos preguntarnos: ¿estamos listos? Y si no lo estamos, ¿qué estamos haciendo y esperando?

