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La verdad no debe ser castigada, se debe celebrar y proteger

Los premiados posan junto a los miembros de la junta directiva de NAHP Philadelphia y la chef Cristina Martínez. (Foto José Somalo)

Esta semana recibimos un reconocimiento, lo digo en plural pues a pesar de que celebra mis más de 3 décadas informando, en los pasados años lo he hecho de la mano de un equipo sumamente entregado a su labor, trascendiendo muchos tipos de fronteras. Gracias al equipo de producción de Impacto, Paola, Abraham, Yair, Eduardo, Karla y Haydeé, que semana tras semana por un lustro hemos con responsabilidad, sinergia y alquimia, mantenido a Impacto cerca de la gente a la que servimos.

También gracias a quienes han hecho posible este reconocimiento. No hablo de decenas, sino de centenares de personas que han confiado en mí para compartir sus denuncias, aspiraciones, logros e historias.

La primera vez que conduje un programa de radio tenía 19 años. Desde entonces, he recorrido distintas latitudes y realidades. Cada historia que he relatado o ayudado a contar, me ha dejado una enseñanza que me ha nutrido como persona y como profesional; la de un alto funcionario, un policía atemorizado, un trabajador en lucha por sus derechos fundamentales, una madre que perdió a un par de hijos arrebatados por la violencia armada, la de un abuelo desesperado por ayudar a sus hijos sometidos por el trastorno de consumo de drogas, las de los múltiples sobrevivientes de diversos tipos de violencia, o las de emprendedores que construyen con esperanza. Y cada vez lo sigo haciendo con la misma pasión y curiosidad. Para mí, esto no es solo un trabajo: es una misión nutrida por la paciencia, es decir, la resistencia alegre.  Es un segundo en la construcción de una grieta en la muralla del olvido.

Como algunos saben, llegué a este país tras recibir amenazas por publicar denuncias creíbles sobre el contubernio entre el gobierno y los carteles del crimen organizado en México. Estos 14 años aquí, criando a mis hijos, sin padre pero con Dios, y ejerciendo el periodismo —una profesión tan demandante— no han sido fáciles. Pero cada día me acercaba más a la serenidad que da la certeza de acercarte a adoptar la ciudadanía de este país que tanto da, pero también que tanto exige.

Lamentablemente, en los últimos meses esa serenidad se ha ido diluyendo para multitudes que se han atrevido a creer y a poner su esperanza en la acción, sobrepasando los obstáculos para forjar un futuro en esta tierra prometida. En la actualidad, para millones de inmigrantes con documentos o irregulares, crece el temor de no poder continuar con el sueño americano en este país de las oportunidades. También, con la inquietud de no poder ejercer el periodismo con libertad y seguridad. Hoy, dos pilares fundamentales de la más incipiente democracia —el estado de derecho y la libertad de expresión— están siendo trastocados.

Sé que vienen tiempos aún más desafiantes para quienes trabajamos desde distintas trincheras en la defensa de la verdad, de los derechos humanos y civiles. Para quienes valoramos la libertad, el respeto al derecho ajeno y valoramos la democracia, que, aunque sea una forma de gobierno en evolución, debe defenderse ante cualquier alternativa tiránica.

Espero que el encuentro entre periodistas, comunicadores y aliados del pasado 13 de octubre nos motive a seguir trabajando unidos, defendiendo el buen periodismo que sirve a las buenas causas y que actúa como megáfono para los más vulnerables.

Aún más, es cada vez más necesario pasar de la denuncia a un periodismo de soluciones.

La reciente deportación del periodista salvadoreño Mario Guevara desde Atlanta, Georgia, no solo representa una tragedia personal, sino también una advertencia inquietante sobre el estado de la libertad de prensa y el respeto al debido proceso en Estados Unidos.

Guevara, reconocido por su cobertura de operativos migratorios y ganador de un premio Emmy, fue arrestado mientras ejercía su labor informativa en una protesta contra redadas de ICE. A pesar de portar identificación como periodista y no tener antecedentes penales, fue detenido por más de 100 días, ignorando una orden judicial que autorizaba su liberación bajo fianza. Aunque estaba en proceso de adquirir la residencia, fue deportado a El Salvador el 3 de octubre, sin poder despedirse de su familia.

Este caso, el primero documentado de un periodista deportado por su trabajo en EE. UU. ha sido condenado por organizaciones como el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), ACLU, y Voto Latino, quienes lo califican como una represalia institucional que vulnera la Primera Enmienda de la Constitución.

En un país que se enorgullece de su democracia y libertad de expresión, este episodio marca un retroceso alarmante. La prensa libre no puede coexistir con la intimidación, la censura ni la persecución. Hoy más que nunca es necesario defender el derecho a informar y a combatir la desinformación. Me uno al apelo de Jim Friedlich, quien bien señala en un artículo publicado hace algunos meses que, “para proteger la libertad de prensa en Estados Unidos, deberíamos considerar que «un ataque a uno es un ataque a todos»”.  El director ejecutivo del Instituto Lenfest de Periodismo se pregunta si con la intensificación de los ataques a la prensa, ¿es hora de una «OTAN para las noticias»? Ojalá más nos vayamos sumando a la apuesta, porque no es un banal cliché decir que la unión hace la fuerza.

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