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Las encuestas, el fantasma de Epstein, las grietas en el partido y la política de la amnesia

Imagen de archivo. EFE/EPA/JABIN BOTSFORD / POOL

La reciente polémica en torno a la divulgación parcial de los archivos de Epstein, de quien la opinión pública espera conocer si existe o no una “lista de clientes”, ha arrojado una nueva sombra sobre el gobierno del presidente Donald Trump, reavivando viejas dudas, alimentando nuevas críticas, e incluso despertando suspicacias y desconfianza dentro de su propio partido y su base más cercana, el movimiento MAGA.

El problema más evidente no es solo lo que los archivos podrían revelar, sino lo que ocultan. Nombres clave siguen tachados. Detalles cruciales permanecen fuera del alcance del público. A pesar de las múltiples exigencias de transparencia total, el Departamento de Justicia, bajo las directrices de la era Trump, ha continuado ocultando información esencial. Para un gobierno que hizo campaña prometiendo “limpiar el pantano”, el caso Epstein es un recordatorio de que algunas de las aguas más tóxicas siguen intactas, o –como algunos temen– protegidas a propósito.

Por eso las acusaciones ya no vienen solo de los demócratas o los críticos habituales de los medios, sino desde dentro del mismo Partido Republicano. Esta semana, las pantallas digitales en Times Square mostraron un mensaje público, financiado por donantes conservadores, exigiendo transparencia y rendición de cuentas, no del gobierno de Biden, sino del propio Trump y sus aliados. Es raro ver críticas internas al partido ocupar ese tipo de espacios de alto perfil, pero el mensaje fue claro y es preocupante, porque a esas voces que se han manifestado desde hace tiempo fuera del coro republicano dominado por MAGA, se han sumado más de los que parecían incondicionales.

El escándalo de Epstein no es un asunto partidista; es un asunto moral. Y aunque ningún partido está exento de vínculos y acciones cuestionables, la insistencia en ocultar información bajo el liderazgo de Trump solo profundiza las sospechas. No se trata de chismes, sino de justicia, transparencia y confianza en las instituciones que afirman servir al pueblo.

En medio de todo esto, aún causa sorpresa la popularidad que mantiene el presidente. A pesar de las controversias, de las duras críticas a sus políticas migratorias y de los recortes sociales impuestos por su llamada “Big Beautiful Bill”, las encuestas indican que Trump sigue contando con el respaldo de entre el 40 y el 45% de los estadounidenses. Un fenómeno digno de reflexionar.

Trump ha llamado a construir muros, no solo físicos, sino también simbólicos, entre las comunidades, entre los inmigrantes legales y los indocumentados; entre los amigos y los enemigos de Estados Unidos; y sus políticas fiscales están poniendo en dificultad precisamente a los más vulnerables: inmigrantes, familias de bajos recursos, comunidades marginadas. Los recortes a programas de asistencia alimentaria, vivienda y salud pública han dejado a millones tratando de sobrevivir con lo mínimo en el país más rico del mundo.

Y sin embargo, el eco se mantiene y el expresidente sigue siendo sorprendentemente resistente. Quizás la respuesta a este fenómeno esté en la erosión de la educación cívica y en el uso sesgado de la información, pero también en los principios y valores.

Los archivos de Epstein, las discrepancias internas, los ataques a los derechos humanos de los inmigrantes y la investida de la red de protección social, todo esto hubiera destruido a cualquier político tradicional. Pero vivimos en tiempos muy extraños.

La pregunta ahora es si la demanda de transparencia en el caso Epstein se convertirá en una exigencia común que trascienda líneas partidistas. Si la «Big Beautiful Bill» será recordada no como un triunfo fiscal, sino como un manual de abandono social. Si los mensajes de Times Square llegaran a ser mella, o solo otra inversión millonaria en los esfuerzos por recuperar al Partido Republicano.

Este país tiene que exigir algo más que secretos, división y frases vacías, demandar a los líderes a que no oculten la verdad, que protejan a los vulnerables y que gobiernen con integridad.

Si las encuestas van a cambiar, si la cultura política va a evolucionar, ese cambio no vendrá fundamentalmente desde arriba. Tiene que comenzar desde el pueblo, desde los jóvenes, la clase trabajadora, y de la experiencia de los adultos mayores, hay que perseguir una madurez cívica con impacto electoral, donde los principios y valores esenciales de esta nación de naciones, se vean reflejados.

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