año electoral
Fotografía del pasado 6 de enero de 2021, donde varios grupos de simpatizantes del expresidente de EEUU Donald Trump, atacaron el Capitolio en Washington DC. (Foto: EFE/MICHAEL REYNOLDS/Archivo)

Se realizaron las elecciones primarias que abren tradicionalmente el año electoral en Iowa y Nuevo Hampshire, en las cuales, el expresidente Donald Trump salió ganador sobre los que eran sus últimos rivales, Ron DeSantis y Nikki Haley, después de que se fueran retirando los demás aspirantes a la candidatura Republicana. El resultado, por lo pronto, ha causado el rápido retiro del gobernador DeSantis de la carrera, y ha dejado el panorama bastante complicado para la exgobernadora Halley; mientras, por el lado demócrata, el presidente Joe Biden se ha asegurado la candidatura de su partido.

Los resultados de estos dos primeros “caucus” están llevando rápidamente a muchos cronistas y observadores a preguntarse, ¿cómo será la carrera electoral de EE. UU. en este año?, ¿será aún mayor la polarización?, ¿se seguirá agravando la división bipartidista, alejando la posibilidad de que los dos grandes partidos puedan dialogar sus diferencias para trabajar por el país? ¿aumentará la violencia política en las redes sociales?, ¿crecerá el indiferentismo y la desconfianza en las instituciones?

En un país que se encuentra en crisis política, donde la inseguridad sigue siendo de las mayores preocupaciones de las grandes ciudades; y la crisis del fentanilo y los opioides no da escampo; en el que aumentan todo tipo de adicciones, entre ellas la pornografía, de la que se ha encontrado conexiones con el tráfico humano, dónde el acoso prolifera en todos los medios, dónde los tiroteos siguen cobrando vidas en cualquier lugar, y a cualquier hora; resulta cada vez más difícil hablar de valores.

Hoy día es considerado casi de mal gusto hablar de ellos, de palabras como principios, virtudes, tradición, austeridad, fe, moral, religión, y otras afines, que se han vuelto políticamente incorrectas, anacrónicas, y quienes las sustentan, como personas retrogradas, intolerantes, y/o enemigos del progreso social; esto en parte puede obedecer a los extremismos y a la hipocresía que no son exclusivos de una ideología.

Los grandes hombres de la historia de este país se solían destacar por la sabiduría al juzgar, qué hábitos y prácticas sociales daban buenos resultados evidentes, y por lo tanto se debían conservar; y cuáles eran contraproducentes al bien común, y se debían dejar desechar.

Este era el sentido original del valor de tener dos partidos; uno que se ocupaba especialmente por “conservar” todo lo bueno y fortalecerlo, y otro que se ocupaba de “reformar” todo lo contraproducente, para renovarlo.

Parece que hoy esa ecuación ha perdido su necesario balance, y muchos de los más conservadores ven en sus adversarios políticos solamente a revolucionarios exaltados que quieren destruir todo lo bueno que este país construyó en sus más de 300 años de historia; mientras a su vez, los más liberales parecen estar cada vez más dominados por las ideas “ultra-progres” que han ido permitiendo que se vaya extraviando la brújula en un mundo cada vez más incierto, “fluido” y una vida más liquida, con ideologías difusas, creencias dictadas por la falsa información, la apología del yo primero, y cuyas consecuencias ya las preveía Zygmunt Bauman, donde ambos polos, se encuentran llenos de contradicciones.

Además, imperceptiblemente, se ha permitido poco a poco la implantación del “pensamiento único”, donde todo el que difiera de las ideas propias, o de las dominantes se quisiera eliminar.

En esta semana se ha recrudecido el debate tanto en las redes sociales, como en los medios de comunicación, en especial sobre la candidatura republicana; la preocupación ante la interrogante sobre qué haría Trump si Nikki Haley llegara a obtener la candidatura de su partido, es sintomática. Muchos temen de su reacción y la de sus aliados, teniendo como referencia no solo el asalto al Capitolio sino el discurso vengativo, amenazante y de odio, que se sigue retroalimentando.

Del otro lado los demócratas siguen preocupados por la edad de su candidato, y por los cada vez más, que se unen a las voces que dicen haberle quitado desde ya su voto, por considerarlo cómplice de Israel, acusado por la opinión pública internacional de estar ejerciendo un genocidio al pueblo palestino.  

En esta difusa panorámica, la esperanza está en los operadores de paz, facilitadores de diálogo; sembradores de valores y de respeto a las diferencias; reproductores de las enseñanzas que veían al bien común como la mejor manera de salvaguardar el bien propio, que suelen ser servidores comprometidos con su comunidad y defensores de los valores desde donde se construyeron las cimientes de la nación de naciones, basados en las virtudes morales y los valores trascendentes del amor al prójimo, al extranjero y hasta el enemigo, proclamados por el cristianismo, mismo que también parece estar extraviado en sus orígenes, y una vez más se pone a la prueba frente a elecciones donde se revela el escrutinio de las verdaderas razones del corazón.

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