A los 14 años, Ana Gamero dejó su natal Perú con una maleta llena de sueños y la determinación de salir adelante en un país desconocido. Décadas después, aquella adolescente inmigrante es hoy una reconocida científica en la Universidad de Temple, donde lidera investigaciones sobre el cáncer colorrectal y trabaja incansablemente para mejorar la salud de la comunidad latina.
A través de una Charla de Impacto, compartió su historia, su trayectoria académica y los desafíos que enfrenta la población hispana ante el cáncer colorrectal, una enfermedad que, a pesar de los avances médicos, sigue cobrando miles de vidas cada año.
Un mensaje de fuerza y esperanza
Ana recuerda que su familia, como muchas familias migrantes, llegó a Estados Unidos “empezando de cero”, enfrentando barreras lingüísticas, culturales y económicas. Sin embargo, su determinación la llevó a culminar sus estudios con un doctorado en inmunología y microbiología, y más tarde a especializarse en biología del cáncer colorrectal.
Con más de 17 años en la Lewis Katz School of Medicine de la Universidad de Temple, combina la docencia con la investigación científica. “Soy profesora, doy clases a los estudiantes de medicina, tengo mi laboratorio donde estudio cáncer colorrectal y entreno a muchos estudiantes”, explicó. Uno de los aspectos que más valora de su trabajo es la oportunidad de guiar a jóvenes hispanos interesados en la ciencia: “He disfrutado mucho trabajar con los estudiantes latinos”, comentó.
Cáncer colorrectal: la urgencia de una detección temprana
En los últimos años, la doctora Ana ha enfocado sus esfuerzos en prevenir el cáncer colorrectal, el segundo tipo de cáncer más mortal tanto en hombres como en mujeres. Desde su laboratorio, ha liderado campañas de concientización y detección gratuita en el Hospital de Temple, especialmente durante el mes de marzo, dedicado a esta enfermedad.
“El objetivo es informar a las personas sobre el riesgo, la edad en que deben comenzar a hacerse la prueba y que existen métodos accesibles para prevenirlo”, detalló.
Una de las herramientas más efectivas que promueve es la prueba casera, una alternativa sencilla y gratuita para quienes cumplen con ciertos criterios médicos. “Es como hacerse una prueba de COVID. Solo se busca si hay sangre en la muestra. No significa que la persona tenga cáncer, pero sí es una señal de alerta para hacer una colonoscopia”, explicó.
La especialista destacó, además, las diferencias de actitud entre hombres y mujeres frente a la prevención: “Los hombres son los que menos quieren hacerse la prueba. Muchas veces dicen que no quieren ver lo que están haciendo en el baño. Las mujeres, en cambio, somos más proactivas y cuidamos más nuestra salud”.
La colonoscopia: un paso clave para salvar vidas
Ana insiste en la importancia de la colonoscopia como herramienta de diagnóstico y prevención. “Ahora se recomienda a partir de los 45 años, o antes si hay historial familiar o enfermedades inflamatorias como la colitis ulcerativa”, señaló.
Lejos de ser un procedimiento doloroso o riesgoso, la doctora lo describe como “30 minutos en los que uno cierra los ojos y, cuando los abre, ya pasó todo”. En su caso personal, se la ha realizado dos veces debido a su antecedente familiar. “Es un procedimiento muy simple. Si se detecta un pólipo, el médico puede removerlo inmediatamente, evitando que se convierta en cáncer”, explicó.
Una enfermedad que afecta a generaciones más jóvenes
Aunque tradicionalmente se asociaba el cáncer colorrectal con personas mayores de 55 años, las estadísticas actuales muestran una tendencia alarmante: el aumento de casos en adultos jóvenes. “A partir de los años noventa comenzamos a ver pacientes menores de 45 años, y ahora ese porcentaje sigue creciendo”, advirtió.
El problema se agrava porque, en estos casos, el diagnóstico suele llegar en etapas avanzadas, lo que complica los tratamientos y reduce la calidad de vida. “La terapia es más agresiva y el pronóstico más difícil cuando el cáncer se detecta tarde”, explicó.
Entre los factores que pueden influir, la investigadora mencionó la dieta moderna, el uso excesivo de antibióticos, la obesidad y la diabetes tipo 2. “Nuestra forma de comer ha cambiado. Cuando era niña, todo era fresco y natural. Ahora consumimos demasiada comida procesada y chatarra. Además, los antibióticos alteran la flora intestinal y eso también puede aumentar el riesgo”, precisó.
Prevención: la mejor herramienta
Para Ana, la clave está en educar y modificar los hábitos cotidianos. “Hay que cambiar el estilo de vida: ser más activos, comer más fibra, menos carnes rojas, más pescado y beber mucha agua”, recomendó.
También subrayó el valor de mantener tradiciones alimenticias saludables dentro de la cultura latina. “Nuestra dieta tradicional, rica en frijoles, verduras y alimentos frescos, es mucho más beneficiosa de lo que creemos”, añadió.

