Filadelfia, PA- Las regulaciones del Covid-19 han puesto patas arriba a la sociedad, y las iglesias no se escapan de los efectos sociales de esta pandemia. Luego de más de dos meses de cuarentena parece que los religiosos comienzan a sentir que las reuniones de ZOOM no son suficientes. Una de las actividades religiosas más importantes de las reuniones eclesiales es la ofrenda o el diezmo.  Esto se ha visto seriamente comprometido, pues la realidad es que no están llegando con la misma regularidad ni tampoco con el mismo fervor.

Ya algunas congregaciones se están alarmando al no poder mantenerse a flote con las responsabilidades financieras para sostener el funcionamiento físico de sus templos y edificios. Algunas iglesias, generalmente pequeñas, han manifestado que cerraran permanentemente debido al duro golpe financiero que les dejó la pandemia.

Las congregaciones de mayor envergadura nominal también han dado la voz de alerta, y están haciendo presión a las autoridades estatales y judiciales para que les permitan reabrir sus cultos. La gobernadora de Iowa, Kim Reynolds, ha expresado que permitiría la reapertura de las iglesias siempre y cuando garanticen las debidas restricciones de distanciamiento y salubridad. El pasado 8 de mayo, el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, se reunió con algunos líderes evangélicos para discutir este asunto. Parece que a los líderes republicanos les interesa mucho la reapertura de las iglesias, pues la ven como aliadas de su agenda política.

Esto ha traído a la luz la alianza que se ha venido desarrollando entre protestantes y católicos conservadores. Mike Pence, un evangélico protestante ultraconservador y William Barr, un católico ultraconservador, son muestra de la evidencia de esta interesante alianza. Valga notar que esta unión conservadora entre católicos y protestantes no es nueva. Esto viene dándose desde la última mitad del Siglo 20 y más intensamente desde la década del 1970. Parece que la agenda de este ligamen es reinstalar políticas sociales conservadoras que redirijan a la sociedad estadounidense a una moralidad más religiosa.

Los controversiales y populistas planteamientos de Trump sobre el Covid-19 y otros temas como el aborto, su demonización de proyectos políticos-social-democráticos, su publica relación con figuras importantes evangélicas estadounidenses, etc., han caído como miel en los oídos del conservadurismo religioso estadounidense (PEW 2018). Por supuesto, las iglesias latinas no se escapan de esta influencia. 

Estos efectos de la pandemia y estas alianzas político-religiosas nos llevan a repensar si es función de la iglesia determinar la moralidad de las sociedades o de promover los no muy conservadores planteamientos que Jesús manifiesta en los evangelios. ¿Es función de Iglesia seguir la mágica flauta populista del conservadurismo religioso o profetizar sobre los principios de amor, tolerancia, respeto al prójimo y la búsqueda prioritaria del Reino de Dios, que Jesús muy bien expresa en el Sermón del Monte?

Para la iglesia latina este es un reto que tiene que superar. La iglesia afroamericana tiene su agenda clara y precisa, igual la iglesia evangélica blanca. La iglesia latina tiene que dejar de mirar al Norte evangélico estadounidense, y comenzar a mirar a los adentros de su comunidad latinoamericana, a los adentros del mensaje del reino de Dios que fue el centro y fundamento del mensaje de Jesús.

Jesús no fundó la Iglesia para determinar la moralidad de las sociedades, si no para proponer un nuevo enfoque humano. Un enfoque centrado en el bienestar del prójimo no en una preferencia religiosa. Jesús no fundó una religión, sino que inició un movimiento transformador de la conducta humana donde la palabra divina encuentra nido en el corazón humano. Para esto no hay que ser conservador o liberal. Ni las agendas políticas partidistas ni ideológicas, pueden determinar como la Iglesia expresa su fe. Jesús fundó la Iglesia para promover la justicia, la paz, el amor, la transformación espiritual del ser humano. Y esta es una propuesta revolucionariamente política porque afecta todo el entorno social de la persona y conlleva a un genuino compromiso por el bienestar del prójimo. Nuestra iglesia latina está muy fragmentada y su influencia social no va más allá de preferencias doctrinales o dogmas teológicos. Nuestra comunidad latina necesita una iglesia que enfoque más en los necesarios cambios sociales y políticos que ameritan atención inmediata: la pobreza, nuestros indocumentados, la falta de representación política, una educación que exalte nuestra historia y cultura, una agenda política centrada en los postulados del Sermón del Monte. Nuestra comunidad latina necesita de un instrumento movilizador que la lleve a nuevas alturas de acción. La iglesia latina tiene ese potencial y tiene el poder para hacerlo. Esa es la encrucijada, asumir el reino que ha sido puesto en nuestras manos o seguir adormecidos con la mágica flauta del evangelismo estadounidense.

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