Conforme la Agencia de Naciones Unidas de Ayuda al Refugiado (UNHCR) 123,2 millones de personas en todo el mundo están desplazadas por la fuerza.
En los primeros ocho meses del año fiscal 2023, llegaron a Estados Unidos más refugiados que en cualquier otro año desde el año fiscal 2017. La Administración Biden permitió a los residentes estadounidenses patrocinar a refugiados ya identificados para su reasentamiento. También impulsó –además del reasentamiento y del asilo– nuevas políticas para abordar las necesidades urgentes de protección, incluyendo la concesión de un estatus temporal, conocido como parole, para hasta 30,000 ciudadanos de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela mensualmente; así como un parole humanitario para afganos y ucranianos desplazados.
Según reporte del Departamento de Estado, en tan solo los tres últimos meses de 2024 el estado de Pensilvania recibió 1,043 refugiados (la mayoría de ellos sirios y afganos)
“La gran mayoría de los refugiados permanecen en el “Sur Global” (término que se utiliza para describir, regiones fuera de Europa y Norteamérica, a menudo asociadas con bajos niveles de ingresos y marginación política y cultural), y solo una pequeña fracción de quienes se consideran necesitados de reasentamiento se reubican en un nuevo país”, señala Michelle Mittelstadt, directora de comunicaciones del Instituto de Políticas Migratorias (MPI).
Este fue el caso de Karimé (nombre figurado por motivos de seguridad), nacida en Cuba, quien siendo muy joven “logró” llegar a Venezuela donde se reubicó y conoció al que hoy es su marido.
“En Venezuela nacieron nuestras dos hijas”, recuerda con nostalgia Karimé. En aquel momento, ni ella ni su marido imaginaban lo que en unos pocos años les depararía el destino cuando la situación en Venezuela se deterioró.
“No había medicinas, ni electricidad, víveres o gasolina, hasta el agua comenzó a faltar”. Sin embargo, el principal problema según señala Karimé “era la falta de seguridad”.
Su marido comenzó a recibir amenazas, “primero de forma esporádica, después con mayor frecuencia”.
Si a todo lo anterior añadimos que el dinero cada vez alcanzaba para comprar menos cosas, las opciones para la familia no eran muchas.
“Entonces comenzamos a pensar en irnos a otro lugar, donde nuestras hijas pudieran tener un mejor futuro”.
La familia no tenía dinero para los pasajes de avión de todos, pero sabían que otras familias habían conseguido llegar a la frontera sur con Estados Unidos a través del Darién y que en las redes sociales “se compartían consejos”.
“La travesía fue más dura de lo que decían”, recuerda Karimé.
Pese a todo, en su peregrinaje, la caravana en la que viajaban tuvo asistencia en las estaciones de recepción migratoria temporales tanto en Colombia como en Panamá, después les transportaron a otro centro cerca de la frontera con Costa Rica. De ahí a través de Centroamérica a México.
La familia esperó en la frontera sur varios meses. Finalmente pudieron entrar, Karimé solicitó asilo político. Su marido, un estatus de protección temporal.
“Siempre estuve tranquila por las niñas porque pensaba que las podría ‘arreglar’ por mí, me preocupaba más mi marido”.
Ya dentro de Estados Unidos llegaron a un lugar de la costa midatlántica en el que se radicaron definitivamente en 2024.
Para el matrimonio, el idioma fue uno de los mayores obstáculos iniciales “sin embargo, las niñas se integraron rápidamente en la escuela elemental donde muchos de sus compañeros también eran hispanos”, comparte Karimé.
“Entraron en un programa para niños que no tienen inglés como primer idioma, y desde el primer momento tuvieron apoyo de un grupo de voluntarios después de la escuela con sus tareas; se sienten queridas por sus maestros y compañeros, muchos de ellos inmigrantes como ellas”.
En cuanto a Karimé y su marido, recibieron asistencia y guía en un centro comunitario local cercano a su lugar de residencia y especializado en la comunidad latina. Ellos los han ido refiriendo a otras organizaciones que han canalizado y guiado sus pasos en el nuevo país de acogida. Una de estas organizaciones ocupada del desarrollo, el aprendizaje y la salud de los niños en la primera infancia les ofrece apoyo y les enseña a participar e implicarse en el sistema participando desde su papel de padres.
Pero la lucha de la familia aún no ha finalizado, por orden de la Corte Suprema emitida el pasado mayo el estatus migratorio de los venezolanos bajo protección temporal está en riesgo. Algo que en la familia genera angustia e incertidumbre
“Para nosotros irnos de vuelta no es una opción”, dice Karimé, quien une su suerte –y la de las niñas–, a la de su marido. Ahora que todos han visto más cerca que nunca la seguridad, libertad y las oportunidades que le brinda a la familia y sobre todo a sus hijas Estados Unidos, no quieren dar marcha atrás.
La familia de Karimé como tantas otras personas que viven refugiadas, asiladas, bajo TPS, parole o que simplemente son inmigrantes con o sin documentos en una tierra diferente a aquella en la que nacieron, la resiliencia y el sacrificio derivado de su búsqueda de una vida mejor marcan su trayectoria en el lugar que los acoge.
El Día Mundial del Refugiado –celebrado cada 20 de junio– es un buen momento para reflexionar sobre las innumerables personas en todo el mundo que han tenido que huir debido a la guerra, la violencia, la inestabilidad política, la represión u otras razones”, señala Mittelstadt.
“Si bien las necesidades de protección aumentan a nivel mundial, las democracias occidentales reasentan cada vez a menos refugiados. Además, los recortes en la ayuda exterior por parte de los gobiernos de Estados Unidos, el Reino Unido y otros implican un menor apoyo para los países que acogen a millones de refugiados y las organizaciones internacionales que los apoyan. La necesidad de apoyo es enorme, y el Día Mundial del Refugiado ofrece un momento para la reflexión y la acción”, concluye Mittelstadt.

