Estatua de Don Quijote. (Foto: Ilustrativa/ Nicolas Postiglioni/Pexels)

Vivimos en los Estados Unidos de América. Una nación con 245 años de historia republicana y más de 400 años de tradición religiosa. Aunque esta nación no tiene una religión oficial, la mayoría piensa que es un país cristiano. Aunque el cristianismo y sus diferentes vertientes es la religión mayoritaria, también el islam, el judaísmo, el budismo, entre otras, son religiones activas en el diario vivir de la nación, incluso varios de nuestros congresistas practican estas religiones. De la misma manera, la gran mayoría de los ciudadanos estadounidenses practica algún tipo de religión, lo que nos lleva a concluir que esta tiene una participación muy activa en todos los aspectos de nuestra sociedad.

Por la gracia de Dios y la sabiduría de los fundadores de esta nación, se decidió desde inicios de fundada la república, separar la iglesia del Estado, o como reza la Primera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos que dice, “El Congreso no hará ninguna ley respecto al establecimiento de una religión, o prohibirá la práctica libre de las mismas…”. Sin embargo, la práctica religiosa de los últimos 50 años se ha enfocado en su gran mayoría en lo sobrenatural. Este movimiento se distinguió por un alejamiento del cristianismo institucionalizado. Los predicadores llamaban al ministerio universal, lo que implicaba que todo creyente podría ejercer algún ministerio eclesial y podrían sanar y profetizar en el nombre de Jesús. Su pasaje favorito de la Biblia era Juan 14:12, “Todo el que cree en mí podrá hacer las obras que yo hago.” Así, se lanzaron millares de cristianos por todas las ciudades haciendo caminatas de oración, exorcizando personas y echando demonios fuera de las ciudades.

El Centro de Investigación Pew hizo un estudio entre estas nuevas iglesias “carismáticas” y encontró que la gran mayoría de ellas eran de tendencia conservadora (Pew 2006). Esto se corroboró en las pasadas elecciones presidenciales donde la mayoría de estas mismas iglesias profetizaron que Donald J. Trump sería reelecto. Estaban tan seguros de la profecía que la afirmaban y manifestaban hasta el éxtasis. Cuando Joe Biden juró como presidente de la nación, muchos de los creyentes quedaron atónitos ante la sorpresa. Para muchos de estos creyentes era insólito que Biden estuviera juramentando como presidente. Aun sigue siendo muy perturbador para muchos creyentes que la profecía no se haya cumplido.

Cuando la profecía no concuerda con la realidad vivida, implicaría que fue una falsa profecía, lo que involucraría la falsedad del profeta, poniendo de manifiesto que su mensaje no proviene de Dios, y que el “profeta” está profetizando para sus propios deseos y expectativas. El apóstol Pedro en su segunda carta a la iglesia dice, “Así también, entre ustedes, habrá quienes se crean maestros enviados por Dios, sin serlo. Ellos les darán enseñanzas falsas y peligrosas, sin que ustedes se den cuenta (…). Por eso, cuando ellos menos lo esperen, serán destruidos por completo.Mucha gente vivirá como esos falsos maestros, haciendo todo lo malo que se les antoje. Por culpa de ellos, la gente hablará mal de los cristianos y de su modo de vivir.Esos falsos maestros desearán tener más y más dinero, y lo ganarán enseñando mentiras” (2 Pedro 2).

Muchos cristianos aún se mantienen anclados en la profecía de la victoria de Trump, mientras que otros como Kris Vallotton, se disculparon públicamente por haber malentendido la palabra de Dios en cuanto a quién iba a ser electo. Esta experiencia que todos hemos vivido nos debe servir como una clara lección para poner nuestra fe en perspectiva. Primero la fe no se trata de lo que yo o usted cree sobre Dios o el universo. La fe es la enseñanza, valores, propósitos que recibimos del texto sagrado. La fe es Dios hablándonos, no nosotros hablando sobre Dios. Independientemente de mi fe, hay un mundo que lleva su propio curso y funciona así. Muchos creyentes van por el mundo pensando que nada los detendrá. Miran al mundo que quieren, pero ignoran al mundo real. En esas quijotescas andadas ven demonios donde hay gente en necesidad de un abrazo, de una asistencia emocional. Igual le pasaba al insigne Don Quijote que veía gigantes en los molinos de viento y su acompañante Sancho Panza le profetizaba, “…aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”. Don Quijote tenía a Sancho Panza que le recordaba al mundo real en que vivía. Los creyentes tienen al Espíritu Santo que les dice, “No son demonios, son personas y los desórdenes que ves en ellas es la ausencia de la paz que necesitan para funcionar en el mundo en que viven”.

La fe no es un instrumento de miedo, ni cohesión, ni acorralamiento. Por el contrario, la fe respeta y acepta el mundo tal y cual es y a la vez libera a la persona de los miedos y culpas que heredó o que le quieran imponer. El Dr. Reinhold Niebuhr, teólogo de Union Theological School de la ciudad de Nueva York, dejó un legado que ha impactado a muchos y me ha ayudado a entender la fe. Es una simple oración: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”. Simplemente, pongamos la fe en perspectiva.

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