Cada año, del 15 de septiembre al 15 de octubre, celebramos el Mes de la Herencia Hispana. Es una oportunidad invaluable para reconocer nuestras contribuciones en Estados Unidos: desde la ciencia y la medicina hasta la cultura, la política, el deporte y la tecnología. Pero más allá de la celebración, este mes nos recuerda algo esencial: la historia hispana en este país debe ser contada por nosotros mismos.
Ser hispano en Estados Unidos es vivir una fusión constante de lenguas, costumbres, tradiciones y arte. Nuestras culturas se entrelazan, se enriquecen mutuamente y dan lugar a una identidad vibrante y mestiza. Hoy, esa mezcla se vive en cada barrio, en cada familia, en cada generación que crece con raíces hispanas y mirada hacia el futuro.
La magia de ser hispano en Estados Unidos radica en que al igual que hace más de quinientos años, nuestras culturas se han permeabilizado y fusionado entre sí, dando lugar a una mayor riqueza cultural que aquella de antaño que desembocó en un auténtico mestizaje. Ahora esa reunión en Estados Unidos, de gentes originarias de distintos países hispanohablantes, se ve enriquecida a través de la convivencia diaria y aunque se mantienen las peculiaridades que nos hacen únicos, hemos evolucionado hacia un todo global: lo hispano.
Lo hispano no es una suma de partes aisladas. Es una identidad compartida que evoluciona sin perder las particularidades que nos hacen únicos. Y en esa unidad, encontramos fuerza.
España junto con el resto de los países que hablan español, conformamos una unidad diversificada. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Siempre ha sido así. Juzgar la historia con los parámetros sociales y culturales actuales es un error. Cada época tiene sus contextos sociales, culturales y éticos que es necesario conocer para valorar el pasado de manera justa. El no hacerlo así nos lleva a la manipulación histórica.
Para quienes amamos la Historia, es fácil reconocer el legado hispano como parte integral del origen estadounidense. Pedro Menéndez de Avilés, fue fundador de San Agustín, la primera ciudad de Estados Unidos.
Desde el papel poco comprendido de España en la Guerra de Independencia de Estados Unidos —cuando España incluía a todos los territorios que hoy forman Hispanoamérica— hasta las contribuciones de figuras como Bernardo de Gálvez, Fernando de Leyba o Diego de Gardoqui, los hispanos han estado presentes desde el inicio. Contribuyeron junto a miles de soldados hispanos.
No es casualidad que tantos estados, condados y ciudades de Estados Unidos lleven nombres en español, ni que nuestros símbolos estén presentes en banderas, escudos y lemas. Nuestra huella es profunda y permanente.
Pero no se trata solo del pasado. Los hispanos somos también presente y, sobre todo, futuro. Las nuevas generaciones nacen y crecen en Estados Unidos y deben hacerlo sin complejos, llevando dentro de sí lo mejor de dos mundos que se complementan desde tiempos históricos. Son la mejor versión de los “hispanounidenses”: innovadores, diversos, orgullosos.
Un hispano (ya sea nacido en España o Hispanoamérica) se debe saber heredero de esa fortaleza.
Incluso voces históricas estadounidenses reconocieron nuestro valor. Thomas Jefferson consideraba el español esencial para el futuro del país y se lo enseñaba a sus hijas como lo aprendió, leyendo El Quijote.
Decía el famoso poeta –y periodista– estadounidense Walt Whitman que “Los americanos tenemos todavía mucho que aprender de nuestro pasado… Para la compleja identidad del futuro será el carácter hispano el que aporte sus aspectos más necesarios. Ningún legado exhibe una mayor carga histórica ni es comparable con su religiosidad y lealtad o con su patriotismo, valor, decoro o seriedad y honor”.
El futuro de Estados Unidos tendrá presencia hispana, igual que lo tiene su pasado y su presente. Hoy celebramos todo ello y mañana continuaremos trabajando para que ese futuro sea brillante hasta el punto de continuar siendo la mejor versión de nosotros, un activo irrenunciable sin el que Estados Unidos no se entendería a sí mismo.

