Varias personas esperan para ingresar a una revisión médica y hacerse una prueba de coronavirus en Nueva York. (Foto: EFE/Justin Lane)

Washington, EE.UU.- ¿Podría un antidepresivo que se usa desde hace décadas ser un arma secreta contra la covid-19? Algunos científicos creen que sí, después de que dos pequeños estudios demostraran que la fluvoxamina, que se suele recetar para el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), evitara que los participantes desarrollaran una forma grave de la enfermedad.

Sería algo impresionante. Un tratamiento de dos semanas de este fármaco, que cuesta 10 dólares, podría reducir el número de muertes y hospitalizaciones.

El medicamento podría utilizarse para luchar contra los brotes actuales en los Estados Unidos y sería un regalo del cielo para los países de bajos ingresos que deben esperar años para recibir vacunas contra el virus.

Pero la fluvoxamina, al igual que otras medicinas que muestran su potencial contra la covid-19, se enfrenta a obstáculos para su evaluación completa.

Las compañías farmacéuticas no tienen ningún incentivo para gastar millones en probar nuevos usos de medicamentos baratos y sin patente. Aunque resulte prometedor en los primeros ensayos, las probabilidades de que cualquier medicina ya existente proporcione un beneficio importante son escasas.

Y el entusiasmo inicial por los tratamientos contra la covid-19 que luego fracasaron «ha hecho que haya escepticismo», dijo el doctor Jeffrey Klausner, profesor de medicina preventiva de la Universidad del Sur de California.

De hecho, muchos científicos creen que la prematura publicidad que hizo el presidente Donald Trump de la hidroxicloroquina obstaculizó los esfuerzos para encontrar otras curas genéricas.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) concedió el uso de emergencia del fármaco contra la malaria en marzo, y luego revocó la autorización menos de tres meses después de que la evidencia demostrara que era probable que fuera más perjudicial que beneficioso para los pacientes.

«A los médicos que queremos practicar medicina basada en la evidencia nos sentimos afectó la experiencia de la hidroxicloroquina, y lo que de verdad queremos ver son buenos estudios antes de decidir», expresó el doctor Paul Sax, director clínico de la división de enfermedades infecciosas del Brigham and Women’s Hospital de Boston.

Y eso plantea un dilema. Hasta hace poco, los Institutos Nacionales de Salud (NIH), el mayor financiador público de investigación biomédica del mundo, han mostrado poco interés en los estudios de medicamentos reutilizables.

Y sin grandes cantidades de dinero, es difícil realizar la investigación necesaria para demostrar si los tratamientos existentes podrían funcionar contra la covid-19.

Por ello, los esfuerzos por reutilizar los fármacos han recaído en los filántropos, algunos de ellos ubicados en el Área de la Bahía de San Francisco, en California.

«Nos estamos perdiendo los beneficios para la salud pública de los fármacos que ya tenemos porque dependemos casi por completo del capitalismo y de la industria privada para conseguir avances», afirmó Elaine Lissner, fundadora de la Fundación Parsemus, con sede en San Francisco, que apoya la investigación sobre la covid-19 y la fluvoxamina y otros fármacos orales de bajo costo.

La reutilización es una apuesta arriesgada, pero comparada con la creación de fármacos y vacunas, el enfoque tiene claras ventajas durante una pandemia de rápida evolución. «Si funciona y lo tienes a mano, y no tienes tiempo de desarrollo», dijo la doctora Lisa Danzig, especialista en enfermedades infecciosas que asesora a empresas, inversores, gobiernos y filántropos.

Uno de los mejores tratamientos del arsenal anticovid —el esteroide común dexametasona— es un medicamento reutilizado. Pero sólo se recomienda para pacientes hospitalizados que estén gravemente enfermos.

En abril de 2020, Danzig se sintió «muy entusiasmada» por la noticia de que un equipo dirigido por investigadores de la Universidad de California-San Francisco había identificado 69 posibles fármacos que, utilizados de forma precoz, podrían contrarrestar las infecciones por SARS-CoV-2, el virus que causa la covid-19. «Pienso que, si podemos probar rápidamente algunos de ellos en ensayos clínicos, podremos tener respuestas para octubre».

Sin embargo, estos estudios han tenido dificultades para ponerse en marcha. Los ensayos sólidos de tratamientos tempranos contra la covid-19 son especialmente difíciles de realizar. Los pacientes deben inscribirse a los pocos días de notar los síntomas. Y sin una infraestructura nacional de investigación, «es difícil llamar la atención de alguien para que participe en un ensayo o lo remita», aseguró el doctor Eric Lenze, psiquiatra de la Universidad de Washington en San Luis, que el año pasado se asoció con su colega, la doctora Angela Reiersen, para llevar a cabo un ensayo de fluvoxamina en pacientes recién infectados de covid con síntomas leves.

Los participantes en ese primer estudio registraron los síntomas en un sitio web mientras tomaban comprimidos de fluvoxamina o de un placebo que se enviaban por correo a sus casas.

La fluvoxamina es uno de los fármacos más antiguos de la clase de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS). Se receta para la depresión mayor en muchos países y fue aprobado por la FDA en 1994 para tratar el TOC.

Los resultados del ensayo, publicados en noviembre en el Journal of the American Medical Association, mostraron que ninguno de los 80 pacientes tratados con fluvoxamina enfermó gravemente, mientras que seis de los 72 pacientes que tomaron pastillas de placebo empeoraron y requirieron hospitalización.

El mes pasado, otra revista especializada publicó los resultados de un estudio en el mundo real que se hizo eco de los resultados de la JAMA: Entre los 113 trabajadores de hipódromos a los que se les ofreció fluvoxamina tras contraer la covid-19 durante un brote en el Área de la Bahía, ninguno de los 65 pacientes que eligieron tomar el fármaco empeoró, mientras que 6 de los 48 que rechazaron el medicamento acabaron hospitalizados, y uno murió.

Las pruebas de la fluvoxamina —que incluyen datos de células y animales que demuestran que el fármaco bloquea la inflamación perjudicial a través de una vía molecular diferente a la forma en que trata la depresión o el TOC— la sitúan «entre las terapias no probadas más prometedoras», dijo Sax.

Está a la espera de resultados más definitivos de un ensayo nacional que lleva a cabo el equipo de la Universidad de Washington. «Basándome en años de observación de ensayos terapéuticos en enfermedades infecciosas», comentó Sax, «muchas de estas cosas resultan ser un fracaso».

Los estudios pequeños tienen más probabilidades de sobreestimar los efectos de un fármaco, señaló Elizabeth Ogburn, bioestadística de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la universidad Johns Hopkins.

Las experiencias con varios tratamientos experimentales ilustran la palabra precaución. A principios de la pandemia, algunos médicos empezaron a tratar a las personas con plasma convaleciente, es decir, sangre donada por pacientes recuperados. El entusiasmo por el plasma, que ha decaído a medida que estudios más amplios han puesto en duda su eficacia, desvió durante un tiempo los recursos para el estudio de otros fármacos, afirmó Ogburn.

Dado que los NIH muestran poco interés por los genéricos, los financiadores privados han aprovechado la oportunidad. El empresario tecnológico de Silicon Valley, Steve Kirsch, puso en marcha, la primavera pasada, el Fondo de Tratamiento Temprano COVID-19 para apoyar la investigación de medicamentos prometedores.

El fondo de Kirsch ayudó a financiar el ensayo de fluvoxamina y coordinó la recaudación de la mayor parte de los 2 millones de dólares necesarios para el actual estudio nacional. Kirsch ha escrito artículos de opinión y ha intentado solicitar una autorización de uso de emergencia a la FDA.

A principios de este mes, CityHealth Urgent Care, que tiene dos clínicas en el Área de la Bahía y un programa nacional de telesalud, empezó a poner la fluvoxamina a disposición de los pacientes de alto riesgo para covid.

Además del estudio sobre la fluvoxamina, hay otros ensayos de reutilización de fármacos que inscriben a pacientes estadounidenses, entre ellos un ensayo de los NIH que compara anticuerpos monoclonales, interferón beta inhalable y camostat, y otros ensayos que evalúan el fármaco para la diabetes metformina o la vitamina D para el tratamiento o la prevención de la covid-19.

Hay planes para realizar más ensayos con el apoyo de una asociación público-privada. Además, un ensayo en diferentes ubicaciones y controlado con placebo, coordinado por la Universidad McMaster de Ontario, Canadá, compara la fluvoxamina, la metformina y un antiparasitario, la ivermectina, en pacientes con covid leve.

«Creo que vamos a obtener algunas respuestas», señaló el doctor Vikas Sukhatme, decano de la Facultad de Medicina de Emory. «Pero hubiera sido mejor tenerlas antes».

KHN (Kaiser Health News) es la redacción de KFF (Kaiser Family Foundation), que produce periodismo en profundidad sobre temas de salud. Junto con Análisis de Políticas y Encuestas, KHN es uno de los tres principales programas de KFF. KFF es una organización sin fines de lucro que brinda información sobre temas de salud a la nación.

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